Este fin de semana rompiendo con la costumbre de hacer ruta de montaña solos mi mujer y yo, salimos con nuestros amigos Sandra y Santi. En realidad fue una invitación suya conociendo un poco nuestras aficiones y se les ocurrió que podríamos aprovechar el domingo para hacer un poco de montaña. Me gusta la montaña, no lo puedo negar, así que desde el mismo momento que nos lo propusieron comencé a darle vueltas a la idea buscado alguna de esas rutas guapas que tenemos en Asturias. Enseguida se me vino a la memoria una que ya hicimos hace un montón de años y que en su día me pareció preciosa.
La ruta en cuestión es la ascensión a Peña Mea, una emblemática montaña situada entre Aller y Laviana con una altitud de 1557 metros. Una montaña con una formación muy peculiar, un agujero gigantesco que los vecinos de la zona conocen como el L´arcón cuyo nombre quieren conservar aunque desde hace algún tiempo se conoce como el Ojo de Buey.
Los supuestos profesionales de calificar, la califican de dificultad media. Yo personalmente prefiero calificarlas con otras palabras. Esta concretamente la explico como una ruta de fantásticas vistas panorámicas, sin pasos especialmente peligrosos, con una pendiente pronunciadísima de subida y un poco más favorable en la bajada si se hace circular y que desde luego merece la pena el esfuerzo.
La ruta habitualmente se hace lineal desde Pelúgano (Aller) ó desde Les Campes también de ida y vuelta pero prefiero hacerla a mi modo, la haremos circular.
Salimos con el coche desde Pola de Lena hasta Cabañaquinta, donde nos desviamos por la carreterita que lleva en dirección a Pola de Laviana para rodar por ella hasta llegar a Tolivia, aquí nos desviamos a la derecha por una carretera aún más estrecha hasta llegar a Les Campes. Ya a partir de aquí la carreterita se convierte en pista de hormigón, de piso bastante irregular, pero que cualquier coche puede subir con facilidad. Siempre debemos tomar la pista que va a la derecha que nos deja a la misma falda de Peña Mea.
Aparcamos el coche en un anchurón de la pista muy cerca de la falda de la peña a unos 900 metros de altitud. Santi, Sandra, Carol y yo nos colgamos los trastos a la espalda para seguir pisteando en dirección a la Collada de Pelúgano. Haremos la ruta en sentido contrario a las agujas del reloj, subiendo por la canal que tomaríamos si la hiciéramos desde el pueblo de Pelúgano, ascendiendo por la que llaman Canal de la Cuevas, osea por la cara sur.
La pista es buena para ir calentando piernas.
Encontramos una bifurcación en el camino y seguimos por la de la izquierda. La de la derecha claramente va hacia abajo y nuestra idea es todo lo contrario.
Dejamos por el camino algunas cabañas preciosas, con tallas en la madera de puertas y ventanas, más que cabañas son casi chalecitos adosados.
Las fayas retorcidas no dejan de llamar la atención de Sandra lo que hace que Santi saque todos sus conocimientos de naturaleza y botánica. Vamos, que se ponía hasta serio, como un "profe" de ciencias naturales.
Vamos rodeando la peña en leve ascensión por la apacible Collada de Pelúgano.
Por aquí se ven formaciones rocosas de lo más caprichosas como esta que parece la cabeza de un paisano con tupé. Esta "cabeza" es la que nos muestra la dirección y el comienzo de la subida, no obstante el camino no tiene pérdida, está bien marcado.
La Canal de las cuevas aparece ante nosotros desde el comienzo en fortísima pendiente, cosa que nos hace romper a sudar enseguida a pesar que el día esta nublado y con una temperatura excelente para caminar.
Subimos zigzagueando por la maraña de senderitos que se van formando por el continuo paso de los senderistas. Casi todos elegimos un caminito propio en lugar de ir todos por el mismo sin darnos cuenta de lo que podemos erosionar la montaña pasito a pasito.
Da gusto pararse un instante para la contemplación y para que negarlo, de paso recuperar el aliento.
Carol tras una hora y media ya no sabe si reírse o tirarme una piedra.
Y hablando de piedras, cuando estamos llegando a la altura del famoso Ojo de buey oigo a Sandra dar voces,-¡¡ Cuidao, cuidao, piedras !! Miro hacia arriba y veo un gran mogote junto con otros cinco o seis piedras como puños bajar rodando a toda leche y Carol y yo estamos casi en la misma trayectoria de su caida. Engancho a Carol por la mochila y le empiezo a insistir que vigile las piedras para tratar de esquivarlas pero preocupada por no caerse ella misma rodando solo atina a agarrarse al suelo y agacharse. Tuvimos suerte que se desviaron a nuestra derecha. Nos libramos por los pelos, pero el susto fue monumental. El culpable fue un chaval que subía unos cuantos metros por encima de nosotros y que más tarde nos pidió disculpas. Siempre hay que tener mucho cuidado para no hacer caer piedras pendiente abajo, podemos matar a alguien de la forma más tonta.
Tanto hacia arriba como hacia abajo nos pasan al galope los que se hacen llamar "trail running"esa modalidad que consiste en correr fuera de pista por cualquier zona abrupta. Que desperdicio de paisaje, pienso yo, corriendo de esa manera es imposible dejar de mirar al suelo ni un segundo para disfrutar de todo lo que tenemos a nuestro alrededor.
El día por suerte se mantiene nublado y se agradece, pues nos hubiéramos asado subiendo encajados por la resguardada canal.
Se hace un poco tediosa la subida pero se lleva bien yendo a paso tranquilo. Tomándoselo con calma disfrutamos mejor de las formaciones erosionadas que tiene esta ladera que además de la multitud de covachas también muestra el "Ojo de Buey" con un diámetro de unos 20 metros.
Cuanto más altos subimos, más maravilloso es el paisaje que vemos desde aquí arriba, el fondo del valle y horizonte con las altas montañas que aún tienen restos de neveros del invierno pasado.
Ya desde aquí distinguimos la cruz que marca la cumbre.
No me canso de fotografiar el inmenso espacio abierto que nos rodea. Yo apenas distingo un pico de otro pero nuestro amigo Santi nos iba ilustrando poniéndoles nombres a todos y cada uno de ellos, deformación profesional, supongo.
También me entretengo en fotografiar la pequeña fauna, como estos escarabajos parecidos a joyitas verdes. Parece que es un hábitat estupendo para ellos pues casi son plaga. No tengo ni idea de como se llama el bicho, pero seguro que alguien nos podría decir su nombre incluso en latín.
Cerca de la cima el camino discurre abierto de crestón a crestón entre praderas esponjosas.
Últimos tramos de subida ya fuera de la canal.
Un rebaño de cabras nos observan relajadas y tranquilas en todo lo alto. Si nos están comparando con su destreza escaladora les debemos estar dando la risa.
Y llegamos a la cima, al mojón de cumbre. Hacemos la foto de rigor y pensamos en asaltar los bocatas aquí mismo, pero un enjambre de moscas nos hace desistir de sacar el menú, tendremos que buscar otro "restaurante".
Ultima foto con el vértice geodésico y sin más tiramos hacia abajo.
Otra foto yo solo para hacerme el interesante.
Hay también algunas "cabras" de dos patas que no paran de subirse a todo lo que ven. Tras de Sandra en el fondo del valle se ve Pola de Laviana.
Como estamos haciendo ruta circular bajamos por la vertiente norte siguiendo un camino bien marcado.
Solo unos metros alejados de la señal de cumbre ya no molestan las moscas así que nos sentamos a reponer fuerzas.
Miro mi podómetro y me sorprende que solo hiciéramos dos kilómetros desde el coche hasta aquí.
Esta claro que en la montaña debemos guiarnos por los desniveles que superemos y no por las distancias en kilómetros.
Saciado el hambre continuamos la marcha, tranquilos y tomándonos precauciones.
El camino tiene menos pendiente pero sigue siendo bastante resbaladizo ya que es de tierra suelta.
Un pequeño descanso para una foto más y seguimos camino.
Bajamos y seguimos bajando por las praderías. El caminito lleva hasta a una cabaña baja y larga asentada al borde del precipicio.
Y a continuación gira 90º a la derecha bordeando la ladera para adentrarse entre fayas y seguir descendiendo.
Los troncos retorcidos de las fayas siguen llamándonos la atención y este concretamente nos sorprende con su forma. ¿A que se parece?
Lo cierto es que los arboles que nos topamos forman hermosas estampas.
Tanto como el paisaje que asoma a cada revuelta del camino.
Desgraciadamente siempre hay algo que lo jode. Una cuevita que encontramos al paso parece que haya echo las veces de contenedor de basura para disfrute de algún ignorante que se pasó por aquí. Mucho falta por aprender sobre el respeto al medio ambiente. Se confirma que seguimos conviviendo con algunos ejemplares de neandertal.
Por suerte la naturaleza siempre es agradecida y muestra la belleza para el que sabe mirar las buenas cosas.
Al fin vemos la pista de hormigón al fondo de la campera.
Nos trajimos las cantimploras con agua desde casa pero se nos agotaron antes de encontrar alguna fuente así que nos estamos quedando secos. Parece que Santi tiene idea de donde puede encontrar agua así que decide adelantarse para buscar alguna fuente.
El hombre no tiene suerte y después de darse una larga pateada llegamos a la vez que él a la pista de hormigón. A pié de camino nos damos de morro con un bebedero del que brota un buen tubo de agua muy rica y fresca. Ya refrescados y saciados solo nos resta continuar por la pista de hormigón hasta el punto donde dejamos el coche para cerrar el círculo.
Un día de ruta extraordinario con una pateada de alrededor de ocho kilómetros, más o menos. Cinco horas y media a paso muy cómodo con muchos descansos incluida media hora de parada para comer.
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